Comentario
En aquellos terribles días de mayo es bien conocida la angustia de Francia, la tensión británica, la digna defensa neerlandesa, pero hay un cómplice olvido de Bélgica, sobre cuyo suelo se estaba combatiendo; de su ejército, que alineaba medio millón de hombres frente a los alemanes y que si en un primer momento retrocedieron precipitadamente, luego fueron quienes con mayor ardor defendieron su suelo; de su población civil, lanzada a un éxodo desesperado hacia el sur; y de su jefatura militar, que hubo de ordenar dos repliegues sin combatir, dejando ante los atacantes enormes zonas industriales y grandes ciudades indefensas, forzados por los planes anglo-franceses, que no contaron con ellos para la Operación Dinamo.
El día 25 de mayo el ejército belga era una ruina: estaba falto de alimentos y municiones y soportaba la presión de dos ejércitos alemanes. Un millón de civiles estaban en las carreteras, mezclados con las tropas y sujetos al continuo ataque de la aviación alemana. Ese mismo día Gort les negaba apoyo para coger de flanco al VI Ejército alemán, al que sus contraataques habían puesto en apuros: sencillamente los británicos se estaban marchando.
Durante la tarde del 25 de mayo, en el curso de una reunión en su cuartel general, Leopoldo III, rey de los belgas y comandante en jefe de sus ejércitos, comunica a los presentes que "el papel de Bélgica ya ha terminado" y se muestra dispuesto a rendirse inmediatamente, al tiempo que anuncia que se quedará en el país, a compartir los sufrimientos de su pueblo y a "mantener un mínimo de actividad económica". La opinión de los tres ministros presentes es contraria a su permanencia en el país y a que se rinda personalmente; es mejor su inmediata evacuación y dejar que un general capitule. El rey no acepta.
El día 26 lo pasó el ejército belga en fuertes combates defensivos ante dos Ejércitos alemanes, el XVIII y el VI, comandados por von Küchler y von Reichenau respectivamente. Resiste el centro, pero ceden las alas, sin que franceses ni británicos presten colaboración, pese a las reiteradas peticiones belgas. Ese día, a las 23,30 horas, comenzó la Operación Dinamo a rescatar soldados británicos de las playas de Dunkerque.
El día 27, desde antes del amanecer, reanudan los alemanes su ataque. La resistencia belga, pedida por el rey, está ya por encima de sus posibilidades: son escasos sus antiaéreos y falta la munición para ellos y para la artillería. Las penetraciones alemanas son cada vez más frecuentes y ya no hay reservas para taponar los huecos. A las 12,30, Leopoldo III telegrafía al general Gort: "Se acerca rápidamente el momento en que nuestras tropas estarán fuera de combate. El rey se verá obligado a capitular para evitar un desastre".
A las 14,30, el rey enviaba un nota al general Champon, jefe de la misión militar francesa ante los belgas: "La resistencia belga toca a su fin. Nuestro frente se está deshaciendo como una cuerda gastada por el uso".
El rey no puede soportar más la agonía de su ejército y de su pueblo y a las 17 horas, contra la opinión del general Overstraeten, envía un parlamentario a los alemanes. Minutos antes había convocado a los representantes francés y británico para darles cuenta de su decisión. Mientras se producía la respuesta, el rey hizo volar los puentes que podrían utilizar los alemanes contra los aliados y con sus propios medios de transporte, envió una división belga, que combatía lejos del dispositivo del Ejército nacional, al general Blanchard para que siguiera la lucha a su lado.
A las 22 horas regresó el general Derousseaux con la respuesta alemana: Hitler exige que se depongan las armas sin condiciones. Una hora se tomó el rey Leopoldo para contestar afirmativamente, diciendo que el alto el fuego entraría en vigor a las 4 de la madrugada del día 28... A esas horas ya habían salido de Dunkerque los primeros 25.000 británicos.
Nadie quiso comprender al soberano belga en aquellos momentos. El primer ministro francés dijo por la radio: "El rey Leopoldo ha arrojado las armas en plena batalla". Churchill, que en un principio se mantuvo conciliador, adoptó un tono de virulenta condena días después. Gort, que embarcaba apresuradamente a sus tropas y había negado reiteradas veces ayuda a los belgas, lamentó la decisión del rey, que le había abierto una brecha de 20 millas entre Yprés y el mar, a través de la cual las fuerzas acorazadas del enemigo podían llegar a las costas del Canal. (El rey Leopoldo vivió en el exilio hasta 1950, pero hubo de abdicar en su hijo Balduino ante los violentos disturbios que provocaron sus opositores. Al rey se le hizo todo tipo de reproches de índole legal: que ni tenía derecho a rendirse ni a desobedecer al Gobierno; nadie quiso recordar la cantidad de muertos que ahorró al país, ni que se quedó en él, a sufrir la ocupación alemana.)
El general suizo Eddy Bauer, en su Historia Controvertida de la II Guerra Mundial, se muestra más ecuánime con el monarca belga y escribe: "El reembarco de Dunkerque ¿habría tenido el relativo éxito que ha registrado la historia si el ejército belga, privado del jefe en el que confiaba, hubiera depuesto las armas al amanecer del 26 o 27 de mayo de 1940? Por lo menos es poco probable. (Parece casi seguro que si Leopoldo III hubiera optado por irse al exilio el 25 de mayo" su ejército se hubiera desplomado en cuestión de horas.)"